El instituto...

Las vacaciones han tocado a su fin, y con ello, toca volver al instituto. ¿Para qué os voy a engañar? Yo en ocasiones prefiero llamarlo infierno, porque el significado que le corresponde a esa palabra me parece más oportuno. 

Lo curioso es que cuando digo algo así, la gente piensa que es que odio estudiar. Es curioso porque me encanta y fascina aprender. No me gusta tirarme horas estudiando, pero el hecho de aprender cosas nuevas es algo que acojo con los brazos abiertos. 

Donde no quiero ir es a un lugar donde me tratan en femenino durante seis horas y media seguidas, y utilizando un nombre que no me corresponde, que no va de acuerdo con mi identidad. Si a eso le sumamos las personas riéndose a mis espaldas porque soy diferente, pues el resultado es que cuando me levando por la mañana un día lectivo lo primero que pienso es qué excusa para no ir a clase podría inventarme. 

Aunque, al final, acabo sin utilizar ninguna de esas excusas y enfrentándome a la realidad. 

Riéndome con cualquier cosa, como suelo hacer, y pareciendo una persona muy alegre y a la que no le disgusta tanto ir al instituto. Sin embargo, detrás de esa fachada, no sólo hay un chico, sino que también hay una persona muerta de miedo, que siente disforia constante estando allí, y a la que le cuesta aguantar estando allí de lunes a viernes durante seis horas y media. 

Por eso mismo en parte he decidido que pronto (si todo sale bien) saldré del armario. Si uno de mis mayores miedos por lo cual no salía eran mis compañerxs de instituto y las (muy) posibles malas reacciones, y ya se ríen de mí; pues al menos voy a ser yo mismo. 

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